Las noches son de los monstruos, de Sebastian Perillo (Amateur) es una de esas películas que no pasan como si nada. O la amás o la odiás. Por suerte me tocó estar del lado de los nuevos fans.
Sol (Luciana Grasso) es arrastrada por su mamá (Jazmín Stuart) a vivir a otro pueblo, a la casa de su pareja Gonzalo (Esteban Lamothe). Víctima de bullying escolar y con un fuerte deseo de huir todo el tiempo, Sol tiene un extraño encuentro con una preciosa perra blanca que está herida. Este encuentro, sin queres brindar mayores lógicas sobre su funcionamiento, desencadena una serie de hechos entre fantásticos y surrealistas que hacen que la película se aleje del realismo seco.
El crecimiento de la chica, el autodescubrimiento y las nuevas formas de vincularse con su entorno son el hilo conductor de esta historia que logra sentirse como original a pesar de ser un camino que el cine ya ha transitado muchas veces.
Aunque por momentos cae en algunos diálogos demasiado expositivos y poco naturales, los conflictos de Sol se desarrollan generando una gran tensión y, por qué no, una sensación de peligro constante. Gonzalo las aloja en su casa, pero este acto que inicialmente aparenta ser generosidad se va develando como un fuerte deseo de control, de invasión a la intimidad, de manipulación e incluso de violencia. Parte de la recuperación de la voz de Sol (al principio de la película se expresa casi exclusivamente con monosilabos) tiene que ver con ser quien logra abrir los ojos de su madre, que no ve la peor cara del hombre que tiene al lado.
Propuesta arriesgada, con decisiones osadas de montaje en momentos críticos, no admite grises. O te pegas un viaje fabuloso o querés lavarte los ojos luego de verla. Y esto es lo más valioso: atreverse a hacer algo diferente, jugando con lo fantástico, con una fuerte impronta personal.
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