Tiempo perdido es una película dirigida por Natalio Pagés y Francisco Novick, que ha tenido un recorrido interesante por festivales y está disponible desde hace muy poco en la plataforma de cine.ar, tiempo que le fue suficiente para ubicarse como la más vista en la última semana.
Cuenta la historia de Agustín Levi (Martin Slipak), un académico argentino especializado en literatura y radicado en Noruega hace ya años. Agustín regresa al país a participar de un evento académico y se reúne con algunas personas de su pasado. Pero fuera de las acciones físicas, lo que importa en la historia es lo que experimenta Agustín por dentro.
Es que desde que llega a Buenos Aires se lo ve completamente fuera de lugar. No está molesto, no está triste, pero su mirada incómoda, su falta de concentración y su aparente desmotivación, plasmadas por un excelente trabajo de Slipak y una puesta que sabe mantener encuadres largos y silencios sin aburrirte, impactan en el espectador de inmediato. Hay un límite muy fino en este tipo de películas: el jugar con los pasajes internos, las reflexiones, lo no dicho y los descubrimientos puede ser demasiado críptico y provocarle al espectador la sensación de aburrimiento o de quedarse afuera de algo. Tiempo perdido comprende este peligro desde el primer momento y logra dosificar absolutamente todo para no perder la magia ni un segundo. Lo que sabemos del pasado de Agustín, su relación con los otros personajes, qué cambios operó en él el viaje, es información que está latente y se presenta de modo más bien sensorial, apelando a la intuición de quien está viendo la película.
La mayor parte del filme transcurre en una cena con Carlos González, un antiguo maestro de la secundaria encarnado por Cesar Brie (qué lindo es ver a Brie en cine). Ambos se encuentran en momentos diferentes de su vida. Agustín quiere producir, todo lo que lo rodea le despierta el interés, se manifiesta como un personaje lleno de curiosidades…pero en esta conversación queda claro que esas inquietudes están tapando algo, que no es necesario conocer en profundidad. Su maestro, en el otro extremo de la vida, ya jubilado, conformando una pareja por segunda vez, con más ganas de descansar que de poner su mente a producir, opera en él una transformación extrañísima. Porque no lo decepciona al rechazar las oportunidades que Agustin le ofrece, simplemente lo deja con un sinsabor que resume la visita completa. Visita que termina con su regreso a Noruega y el inicio de una gran certeza: muchas cosas en las que creía ya no están allí, pero en su vorágine productiva no se había dado la oportunidad de notarlo.
La primera producción del Colectivo Rutemberg se convierte así en una película distinta, que no aburre, que no agobia y mantiene la atención desde el primer momento apelando a un tipo de problemática que todos atravesamos en algún momento, aunque probablemente estemos en el mismo lugar que Agustin al principio: sin darnos un tiempo para detectarla.
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